Ángel del Amo, vocal de Agentes y Comunicación del Colegio de Mediadores de Seguros de Madrid, firma en cada número de la revista Seguros una columna de opinión, llamada Dixit, con acertados análisis del mundo del seguro.
En el número 165 de la revista, recientemente publicado, Ángel del Amo trazó una historia verdadera que comparó con el Consejo General. Un artículo que ha tenido amplia repercusión en el sector por su agudeza y acertado análisis.
Por su interés, reproducimos a continuación el artículo de Ángel del Amo, que lleva por título ‘El consejo de Esquilache’:
Corría el año de 1759, y el rey de Nápoles acaba de heredar tras la muerte de su hermano el reino de España para hacerse cargo de la incipiente dinastía borbónica. Así Carlos vuelve a casa, con la formidable experiencia del gobierno en Nápoles, para acabar siendo recordado como el mejor alcalde de Madrid. Carlos III no vuelve solo, trae consigo su guardia Valona y a sus ministros de confianza, Grimaldi, Sabatini, y nuestro protagonista Leopoldo Gregorio, marqués de Esquilache.
A su llegada ven con asombro como la capital del reino se parece más a una porqueriza que a la capital desde la que se estaba gobernando medio mucho. Probablemente tratar de defender todas las tierras de ingleses y franceses no habían dejado recursos para tener decente Madrid. Las calles, sin adoquinar, eran una mezcla de arena y heces, y no de las caballerías, sino de los propios madrileños que no tenían los mínimos saneamientos en las viviendas.
La situación de la ciudad era terrible, sucia, maloliente, y económicamente desastrosa, y no solo la ciudad, sus habitantes también que veían como los precios de los productos básicos se disparaban sinsentido. Los madrileños no ven bien la llegada de los refinados italianos, y cargan su ira contra ellos a la menor ocasión. Por ejemplo cuando Sabatini organiza unas carrozas para limpiar por las noches de detritus las calles de la ciudad y se mofan poniéndoles el mote de “chocolateras”, mostrando un rechazo a cualquier mejora que llegara de fuera, por muy aire limpio que trajera. Quizá fue en ese momento en que Carlos III se enteró de la burla cuando dijo “mis vasallos son como niños, lloran cuando se les lava”.
Esquilache era el hombre de confianza de Carlos III y el encargado de aplicar los cambios en la ciudad, y la sociedad, para modernizar y traer las reformas de la ilustración, en definitiva en modernizar lo que quedaba de imperio. Y desde adoquinar las calles, o poner alumbrado público a instalar tuberías en las viviendas privadas, de concebir el Paseo del Prado, y ordenar la obra de lo que será la gran pinacoteca, a fundar lo que hoy es el Museo Nacional de Ciencias Naturales, son el legado del mejor alcalde de Madrid. Pero Esquilache quería intervenir en todo, hasta en la forma de vestir, los madrileños usaban antiguos sombreros de ala ancha, y capas hasta el suelo, y con la excusa de la seguridad, para no esconder armas y porque era imposible reconocer a nadie de esa guisa, o sencillamente porque quería unos ciudadanos más aparentes, prohíbe estos ropajes, y obliga a cambiarlos por tricornios, y capas más cortas. Y esta es la excusa del conocido como Motín de Esquilache.
Los madrileños hartos de modernidad se levantan contra los ministros italianos, no contra el rey, solo contra los italianos. Y la excusa fue el bando de Esquilache que prohibía la capa larga y los chambergos. Pero era tan excusa que cuando se exponen las exigencias al rey esta es la última de ellas, la primera desterrar a los italianos, seguido de acabar con la guardia Valona, bajar los precio de los alimentos… Este era el verdadero problema de las castas más bajas, el acceso a lo básico, el pan había duplicado su precio en menos de un lustro.
El resultado del motín es dispar ya que no se intervienen los precios de alimentos básicos y estos no bajan, el verdadero motivo del levantamiento no se consigue. Sobre los ropajes en principio se deroga la prohibición, pero con la llegada del Conde de Aranda se recortarán las capas y se dejará de usar el sombrero de ala ancha. Pero eso sí, los ministros italianos se apartan, el rey cede, y se deshace la guardia extranjera. Carlos III creyendo que los verdaderos agitadores de las movilizaciones son los jesuitas, o aprovechando la situación, se venga y los expulsa del país.
Esquilache dejó escrito antes de partir a Italia: “yo he limpiado Madrid, la he empedrado, he hecho paseos y otras obras que merecería que me hiciesen una estatua, y en lugar de esto me ha tratado indignamente”. Y pasó toda su vida en el empeño de limpiar su imagen.
Me disculpará, querido lector, pero me he quedado sin espacio para hablar del Consejo.